Ofensa y percepción

Ese día a todos se les había ocurrido ir al teatro. Y a ver “esa” obra. Esos efectos colaterales -casi siempre buscados- por los cuales un ignoto actor luego de realizar declaraciones explosivas acerca de las cualidades anatómicas de su pareja -que sí es famosa-, empieza a tener fama y éxito. 

El Flaco y Rulo, que se habían puesto de acuerdo para encontrarse en la entrada, habían hecho el plan justo el día antes de la catarata verbal consagratoria, personaje principal de la obra. Por supuesto, de haber sido antes, su tirana -y raída- “moral artística” les hubiera impedido asistir

La proliferación de espectadores, para una sala pequeña y que no contaba con entradas numeradas, desbordó al teatro, que apenas se limitó a permitir la entrada a los primeros de la fila hasta completar la pequeña capacidad del lugar.

En esas circunstancias no faltaron los que se meten en la fila en lugares que no les corresponden dando comienzo a esos cruces verbales y que a veces terminan con la marca de un puño en una cara ajena.

Nuestros personajes son víctimas de la situación, hecho que desata la furia del Flaco, que no logra quitar los “colados” de la fila y se sientan entonces en un lugar más relegado de la sala. Rulo en cambio parece indiferente y en algunos momentos como si le diera vergüenza la actitud de su amigo, finge malamente desconocerlo.

Al salir del teatro, y ya sentados en un café de los alrededores, el Flaco todavía furioso y algo ofendido por la pasividad de su amigo, decide no contenerse:

– La verdad Rulo que me molesta cuando te hacés el superado, el que está más allá de todo y no te involucrás en los problemas.

– ¿En qué querés que me involucrara, en una pelea infantil para obtener el mejor lugar? La obra ni siquiera era buena, casi que nos hicieron un favor en no tener que ver las sobreactuaciones.

– Jaja, sos un guacho, pero tenés razón -el Flaco ya se había distendido un poco-. Especialmente la que hacía de madre no salió nunca de un tono monocorde y una cara de muerte. Pero bueno, podrías haberme apoyado un poco. En un momento pensé que estabas tratando de aumentar tu “inversión menos convencional”

La mirada inescrutable de Rulo no dejaba intuir si se había molestado por esa mención, si había sido descubierto o si no recordaba en absoluto de su teoría de inversión en injusticias.

– Pero lo cierto -continuó el Flaco- es que me molesta terriblemente cuando la gente se te adelanta, porque es como que no te registra, o peor, sí lo hacen pero asumen que no te vas a enojar, o creen sos muy viejo o cobarde para hacer algo.

– A mí me parece que no vale la pena gastar energía respondiendo esas ofensas. ¿Por qué una ofensa menor como ésta te puede indignar más que una decisión de un organismo internacional que condene con una firma a la pobreza o intoxicación de varias generaciones de un país? No parece tener sentido, pero es lo que pasa.

Seguramente ya debe haber alguna, pero me gustaría hacer un “teorema de distancia y abstracción de ofensas”. Lo que ocurre es que cuanto más cercana, personal y directa es una ofensa y sobre todo “fácil”, más grande el impacto. Y no sé como juegan estas variables en sus proporciones, pero con la sofisticación de la economía, leyes y tecnología, comprender la abstracción de la ofensa pasa a ser indispensable. Hasta hace unos milenios, el ataque era totalmente físico y concreto: invadir y quemar pueblos. Con los imperios y el imperialismo aparecieron otras formas sutiles de ofensas: territoriales, de clase, económicas, etc.  Y en las últimas décadas con la globalización, la tecnología y el poderío militar, la sofisticación y alcance de un acto ofensivo pasa a ser tan masivo como instantáneo. Y ahí es donde me trabo…

– Bueno, dijiste muchas cosas y dejaste ideas a medio terminar, dando a entender cosas que no están muy claras. Y me decís que en un punto te trabás? ¿Cuando la mitad de lo que decís son especulaciones tuyas? Andá… 

– Donde me trabo -continuó Rulo, incólume- es en el tema evolutivo… porque no quiero decir cualquier cosa.

– Ahhh… bueno, ¿te venís a hacer el doctor ahora? Dale, estamos solos, y además si hubiera más gente no creo que te dieran bola jaja.

– Donde no estoy con la idea tan clara -incólume nuevamente- es con el tema evolutivo… Es decir hay algunos conceptos darwinianos que tendría que revisar…

– Primero los podrías estudiar, mejor.

– En este tema evolutivo… el ser humano se está adaptando cada vez más a cambios muy veloces en su trabajo, a interactuar con dispositivos, aceptar inteligencias no humanas, desprenderse de ideas arraigadas internamente desde siempre, etc. Pero según el “teorema de distancia y abstracción de ofensas” parece que no estaría avanzando. Al principio uno puede pensar que es porque no tiene la capacidad o conocimiento intelectual para mensurar una ofensa o daño muy abstracto, pero éste no sería el hecho: Hay millones de personas capaces de entender esas ofensas abstractas y sin embargo no actúan con la rabia del caso (sí lo razonan, pero no les da esa indignación como a vos hace un rato en la fila del teatro). Es como que al animal-hombre le falta evolucionar para medir esos ataques abstractos como una agresión o riesgo físico inmediato, porque razonar una agresión abstracta no es lo mismo que percibirla como animal, no sé si me entendés.

– Claro que te entiendo. Pero quizás estás subestimando al ser humano, porque puede ocurrir que su creencia de imposibilidad en cambiar algo hace que abandone la rebeldía y la furia, en una economía de recursos propia de un animal…

Rulo se quedó callado… le habían puesto una tapa impensada, siguiendo el juego a su habitual  acumulación de premisas dudosas…

La inversión menos convencional

Un primo del Flaco le venía llenando la cabeza desde hace un par de semanas, para que realizara buenas inversiones de su dinero, porque le decía que en este país no importa el año en que te fijes, ni la tecnología o las leyes del momento, siempre la constante va a ser la absoluta falta de certeza en el futuro.

Con estos pensamientos rondando en su cabeza, fue que el Flaco se encontró con Rulo, esta vez en un tradicional café del centro, de ésos donde la fama van a la par con la incomodidad de sus mesas. A esa hora de la mañana, casi el mediodía, la calle podría asombrar por lo desierta para un antiguo habitué que llevara algún tiempo sin pisar la zona, pero para los frecuentadores era el símbolo que la virtualidad en las transacciones de dinero y las compras en general estaban haciendo estragos en la economía de los antiguos negocios “reales”. Bueno, de los pocos que sobrevivían.

Al segundo café con leche de Rulo, con su correspondiente par de medialunas de rigor, fue que el Flaco empezó a contarle de su estado mental, a punto de colapsar, por la presión de su primo respecto a tomar buenas decisiones financieras, tema en el que aún no se animaba a dejárselo a algoritmos, inteligencias artificiales, ni mucho menos naturales…

Pero Rulo parecía absorto, como si no lo escuchara, mirando inscripciones en la vieja mesa de madera, hechas con algún cuchillo o cortaplumas y poniendo cara de arqueólogo jubilado y venido a menos. Hasta que miró súbitamente al Flaco cuando vino la pregunta y con cara de sorprendido como si bajara de un plato volador.

– ¿Vos Rulo, en qué invertís la plata? – Ni bien termina la frase, el flaco se puso rojo, cara culposa, como presintiendo, tarde, que con todo lo que conocía a su amigo no le estaría sobrando en esos momentos nada para poder invertir. 

– MIrá Flaquito, la guita no es algo que me preocupe la verdad, y si bien te lo podría decir por superado, te lo digo más bien por pobre… así que tengo un problema menos. El Flaco pareció respirar al no percibir molestia en su voz… pero en el instante pensó que esa revelación, casi una confesión al pasar, sonaba como a una concesión deliberada, una claudicación inmensa para el ego y la imagen de sí mismo que -a los ojos del Flaco- caracterizaba a Rulo. 

Pero quizás, pensó el Flaco, es que ya estoy siempre a la defensiva con este tipo.

No le duró mucho su especulación, porque como de costumbre, empezó a funcionar esa máquina de locuacidad aceitada.

– Tuve mis épocas de buen pasar… creo que no nos conocíamos todavía. Pero tenía excelentes ingresos, me daba algunos gustos, no tan caros y me sobraba, no sabía qué hacer. Como todos los que pasamos penurias de chicos, lo primero que pensamos es en qué invertir para no tener sobresaltos en la vejez, y como la mayoría, al menos acá, se nos esfumó casi todo sin poder hacer nada. Tuve mis ataques de locura, no lo voy a ocultar, pero aprendí que invertir monetariamente digamos, no es para cualquiera y además como dejé de ganar bien ya no tenía resto y no podía reintentar. Así que decidí invertir en otras especies…

Una vez más lo volvía a hacer. Con el Flaco al menos funcionaba a la perfección esa marcación de tiempos, entre misterioso e intrigante que tenía. Volvió parsimoniosamente a los jeroglíficos de la mesa de madera, sabiendo que el pez había mordido el anzuelo.

– No entiendo a qué te referís la verdad – casi como resoplando el Flaco, rojo nuevamente, pero ahora por el reconocimiento de su interés repentino.

– Bueno, trataré de ser breve porque me tengo que ir – el Flaco ya empezaba a sospechar que esa excusa la utilizaba siempre cuando no quería (o no podía) justificar en detalle sus argumentos.

– El tema por un lado es que invertir con dinero (o cualquier bien que tenga un valor de compraventa) es algo que no siempre se puede hacer, porque fundamentalmente no siempre contás con el material digamos – acá el Flaco se regodeó pensando en lo limitado de palabras financieras de su interlocutor, utilizando término “material”, que le pareció terriblemente básico.

– Por otro lado, lo que uno siempre cuenta es con bien intangibles digamos. Me refiero a conceptos como capacidad física e intelectual y valores como honestidad, humildad, solidaridad, voluntad, etc… Es algo conocido que si uno “invierte” en mejorar su aptitud intelectual, mediante una carrera universitaria por ejemplo, el “rédito” estará medido por la calidad del trabajo (e ingreso) que podrá conseguir. Con valores físicos puede lograrse en forma similar récords olímpicos, campeonatos deportivos, etc. Sin embargo, los otros valores, por ej. la honestidad, no parece que tuviera un beneficio conocido, más bien algunos podrán pensar que es un impedimento para progresar económicamente, no sé si estás de acuerdo.

– Ponele que sí.

– Bueno, además esos valores también se contraponen con otros que la sociedad mantiene en cierta estima, algo culposa, variando naturalmente en distintos lugares y épocas. La soberbia, el egoísmo, la falta de conciencia moral y social tendrán siempre sus legiones de seguidores y reivindicadores. 

– Y pareciera que la virtualidad y falta de cercanía personal en estos últimos tiempos está detonando muchos valores, como la empatía.

– Sí, es una característica de los tiempos que mucha gente está notando, pero no nos vayamos para ese lado. Porque te quiero comentar una idea, por lo cual en la vida todo tendería a compensarse. El caso más simple que me viene a la mente es que si de chicos sufrimos carencias, entonces de grandes disfrutamos y valoramos más las cosas, mientras que si por otro lado nunca nos faltó nada, entonces de grandes nos costará más entender las cosas. Sí, ya sé, que es muy genérico lo que te digo… mirá, otro ejemplo podría ser que si sos una persona que hiciste mucho mal, luego recibirás otro tanto. Ahí está, es un poco la idea esa del karma. que todo vuelve. Bueno, digamos que creo en eso y que sino vuelve en vida (porque hay terribles hijos de puta que no la pagaron), habría otras vidas para expiar esas maldades. ¿Me entendés hasta ahora?

– Creo que sí, pero te aviso que no comparto todo lo que estás diciendo. Pero como creo que no te importa y se trata de tu inversión, seguí nomás.

– Jaja, estás punzante hoy. Bueno, para terminar, la idea sería que esa “balanza” de compensaciones, si inexorablemente se cumple, uno puede optar por asumir males actuales por bienes futuros. La idea es muy antigua y conocida, el catolicismo bendice la pobreza por la promesa de la vida eterna. También Sócrates propone que la injusticia nunca es buena, pero en caso que ocurra es mucho mejor recibirla que ocasionarla. Lo mío es más humilde y directo: Si recibo injusticias, engaños, desplantes, etc. a futuro seré acreedor, digamos que tendría un crédito para excelentes cosas y todo eso quizás cuando no esté fuerte física o mentalmente como ahora. Sí, podríamos decir que decidí “invertir en injusticias”. Trato de no provocarlas deliberadamente, pero de algún modo las consigo: Visito gente mala o voy a lugares donde es más proclive que ocurran. Todas las injusticias suman, hasta las más pequeñas: gente que se adelanta en en la fila, una manzana golpeada en una compra o no ser invitado a una fiesta. ¡Así que imaginate los dividendos que puede dar un engaño amoroso, una estafa o un despido injustificado! Eh, pero qué te pasa que te quedaste duro.

– Jaja, estás muy loco – las palabras que le salieron al Flaco para disimular y ganar tiempo -.

– ¡Y yo también me  tengo que ir, se me hizo muy tarde! – dejó unos billetes el Flaco y salió a la vereda. Otra vez había quedado asombrado… y ahora lo que más le intrigaba es si él no sería una de esas malas personas que su amigo frecuentaba en su “ahorro”. 

Rulo, un puto genio.